La frase del premier Oscar Valdés cuestionando que la “marcha por el agua” sea política y no “técnica” no pasaría del anecdotario de dislates si no fuera porque en verdad refleja a cabalidad su pensamiento y su manera de interpretar el juego democrático. Es política, pues, la marcha, como lo es también la posición del gobierno. Y como lo son todos los actos propios de una democracia, más aún si es emergente como la de nuestro país.
Imaginamos que el gobierno actual sabía de la enorme cantidad de conflictos sociales que le dejaba el régimen de García. Pero parece que no tenía un plan para enfrentarlos. Se ha pasado de un esquema de diálogo –frustrado por la falta de cohesión del propio gabinete Lerner- a uno de mensaje duro. Y los problemas no solo subsisten sino que se han agravado (particularmente, en el caso Conga no se ve avances que le otorguen crédito a la estrategia de Valdés).
Sin duda, en un país complicado por una estructura de regionalización mal concebida, se requiere imponer el principio de autoridad, pero eso no implica soslayar las instancias de diálogo. Siguiendo con el caso de Cajamarca, si se quiere derrotar al presidente local, Gregorio Santos, eso implica darle batalla política, que con inteligencia hasta podría llegar a convertirlo en aliado coyuntural. Pero si se cree que vencerlo pasa por hacerlo firmar una suerte de “acta de sujeción”, las cosas van a terminar mal para todos.
Ollanta Humala es, de los últimos gobernantes, el que más poder le delega a su Presidente del Consejo de Ministros. Eso está bien, pero siempre y cuando este llene los espacios políticos concedidos. Y hacer política es un juego complejo, donde se deben saber manejar negociaciones, eventuales concesiones, buscar aliados, medir los tiempos, etc.
Nada de eso hace Valdés. Todas las referencias que se tienen de él es que es hombre correcto, pero quizás sus virtudes no sean las que se necesitan para conducir el gobierno. Por lo que se ve, tiene una visión militar tan profundamente arraigada que seguramente recela de los matices democráticos señalados, los cuales le deben parecer hasta irritantes. Sentarse a dialogar debe parecerle lo más cercano a firmar una rendición.
La tranquilidad económica de la que goza el país le debería dar el oxígeno suficiente al gobierno para asumir con flexibilidad, sin apremios ni dramatismos, las desavenencias políticas. Pero ello no será posible si se cree que la Hoja de Ruta se puede administrar como un Manual de Operaciones.
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